Artículo de opinión de Bartolomé Sanz Albiñana, doctor en filología inglesa.
Que tengan que pasar cinco años para dar solución definitiva a un problema que desde sus orígenes tenía tintes rocambolescos, como tantas acciones del ocurrente conseller d'Educació, Font de Mora, pone de manifiesto la lentitud de la pesada maquinaria de la justicia española en pleno siglo XXI, a pesar de haber hecho realidad nuestra integración en Europa.
Es una noticia grata saber que el director del IES las Norias de Monforte del Cid, que permitió en 2008 que se colgara en la sala de profesores de su centro una fotografía boca abajo del entonces consejero de Educación en señal de repulsa por la "ocurrencia" de impartir Educación para la Ciudadanía en inglés haya sido finalmente absuelto por el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana.
Aunque no recuerdo muy bien y, dicho sea de paso, no me apetece acudir a la hemeroteca, pondría la mano en el fuego al afirmar que en su día algún inspector echaría toda la carne en el asador para poner en posición de firme al director, exactamente como en aquel tiempo de ardor guerrero en que no cabía ninguna duda de quién detentaba el poder. Existía, al parecer, un acuerdo tácito que te desarmaba al carecer de capacidad legal para negociar con el superior. Era aquel tiempo en que cuando dejabas entrever al director de turno que ibas a presentar una queja al estamento superior, te soltaba tranquilamente y sin ambages: “Puedes ir donde te plazca”. Llegado al estamento superior, es decir, la Inspección Educativa, con la misma cantinela te miraba con cara de póquer, queriéndote insinuar que no habías aprendido la lección de que en Educación, del mismo modo que en Ejército, te estabas enfrentando a una “jerarquía burocratizada” (la expresión no es mía, sino de Julio Cortázar, a quien leía en tiempos de la mili). Llegado al estamento más superior, este te cerraba la puerta en tus narices con un “Tú no me tienes a mí que decir lo que debo hacer”. Y así transcurría, y parece que continúa transcurriendo la vida.
De hecho, creo recordar que en estos momentos no mantengo ningún tipo de relación con ninguno de los muchísimos inspectores de educación que he conocido a lo largo de mi vida tanto en la provincia de Valencia como de Alicante. Con alguna notable excepción, no tengo nada que agradecerles. La cautela es su denominador común (es el arma secreta de todos los que trepan), practican el distanciamiento brechtiano y la prudencia a partes iguales, te retiran la palabra cuando pones en entredicho por escrito su silencio ante preguntas que requieren respuestas, ningunean sin miramientos a quien se encuentra en el escalafón inferior y juran lealtad al superior a quien no se atreven contradecir en nada; todos siguen las instrucciones que vienen de arriba sin plantearse nada (es una reminiscencia medieval de la lealtad que el vasallo jura al señor feudal de turno o del soldado global actual que hace lo que le mandan: ayer en Iraq y hoy en Siria), están por encima del bien y del mal y cuando están iluminados te sueltan aquello de “Me sorprende que me hagas esa pregunta”, a la que en más de una ocasión me he referido.
Conocemos perfectamente el percal: los subordinados que se dedican a darle jabón al superior (la historia continúa repitiéndose en la Universidad en donde el tiempo no pasa). Quienes continúan viviendo en este país saben perfectamente de qué hablo y cómo se medra en determinados estamentos.
Enhorabuena, Santiago. La congruencia y el sentido común finalmente llegan a su puerto. Esperemos que tu lección sirva para perder el miedo a quienes no acaban de entender lo que significa eso del "derecho a la libertad de expresión". Por cierto, con los recursos económicos empeados en esta guerra inútil la Conselleria habría podido contratar a algunos profesores más este curso.
Que tengan que pasar cinco años para dar solución definitiva a un problema que desde sus orígenes tenía tintes rocambolescos, como tantas acciones del ocurrente conseller d'Educació, Font de Mora, pone de manifiesto la lentitud de la pesada maquinaria de la justicia española en pleno siglo XXI, a pesar de haber hecho realidad nuestra integración en Europa.
Es una noticia grata saber que el director del IES las Norias de Monforte del Cid, que permitió en 2008 que se colgara en la sala de profesores de su centro una fotografía boca abajo del entonces consejero de Educación en señal de repulsa por la "ocurrencia" de impartir Educación para la Ciudadanía en inglés haya sido finalmente absuelto por el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana.
Aunque no recuerdo muy bien y, dicho sea de paso, no me apetece acudir a la hemeroteca, pondría la mano en el fuego al afirmar que en su día algún inspector echaría toda la carne en el asador para poner en posición de firme al director, exactamente como en aquel tiempo de ardor guerrero en que no cabía ninguna duda de quién detentaba el poder. Existía, al parecer, un acuerdo tácito que te desarmaba al carecer de capacidad legal para negociar con el superior. Era aquel tiempo en que cuando dejabas entrever al director de turno que ibas a presentar una queja al estamento superior, te soltaba tranquilamente y sin ambages: “Puedes ir donde te plazca”. Llegado al estamento superior, es decir, la Inspección Educativa, con la misma cantinela te miraba con cara de póquer, queriéndote insinuar que no habías aprendido la lección de que en Educación, del mismo modo que en Ejército, te estabas enfrentando a una “jerarquía burocratizada” (la expresión no es mía, sino de Julio Cortázar, a quien leía en tiempos de la mili). Llegado al estamento más superior, este te cerraba la puerta en tus narices con un “Tú no me tienes a mí que decir lo que debo hacer”. Y así transcurría, y parece que continúa transcurriendo la vida.
De hecho, creo recordar que en estos momentos no mantengo ningún tipo de relación con ninguno de los muchísimos inspectores de educación que he conocido a lo largo de mi vida tanto en la provincia de Valencia como de Alicante. Con alguna notable excepción, no tengo nada que agradecerles. La cautela es su denominador común (es el arma secreta de todos los que trepan), practican el distanciamiento brechtiano y la prudencia a partes iguales, te retiran la palabra cuando pones en entredicho por escrito su silencio ante preguntas que requieren respuestas, ningunean sin miramientos a quien se encuentra en el escalafón inferior y juran lealtad al superior a quien no se atreven contradecir en nada; todos siguen las instrucciones que vienen de arriba sin plantearse nada (es una reminiscencia medieval de la lealtad que el vasallo jura al señor feudal de turno o del soldado global actual que hace lo que le mandan: ayer en Iraq y hoy en Siria), están por encima del bien y del mal y cuando están iluminados te sueltan aquello de “Me sorprende que me hagas esa pregunta”, a la que en más de una ocasión me he referido.
Conocemos perfectamente el percal: los subordinados que se dedican a darle jabón al superior (la historia continúa repitiéndose en la Universidad en donde el tiempo no pasa). Quienes continúan viviendo en este país saben perfectamente de qué hablo y cómo se medra en determinados estamentos.
Enhorabuena, Santiago. La congruencia y el sentido común finalmente llegan a su puerto. Esperemos que tu lección sirva para perder el miedo a quienes no acaban de entender lo que significa eso del "derecho a la libertad de expresión". Por cierto, con los recursos económicos empeados en esta guerra inútil la Conselleria habría podido contratar a algunos profesores más este curso.

















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