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La Constitución de 1978 (y II). Disfunciones y esperanzas

Artículo de opinión de Fernando Merlo.

Fernando Merlo

El sistema político que se deriva de la Constitución de 1978 padece, a mi juicio, una serie de disfunciones que de no ser corregidas podrían acabar con el propio sistema y, en consecuencia, con la mejor etapa de toda la historia de España. Paso a exponer algunos de estos desajustes con el sano objetivo de provocar y molestar.

 

El sistema posee un exceso de administraciones (Europa, Estado, CCAA, Diputaciones, Comarcas y Municipios), todas con sus gobiernos, sus eurodiputados, diputados, senadores o concejales, sus cargos de confianza, sus presupuestos, sus edificios, sus normas, sus leyes, sus gastos, su personal, etc.A lo que hay que añadir que la gran novedad del sistema, las Comunidades Autónomas, tienenun reparto asimétrico de competencias sometido a la compra y venta de favores políticos y al chantaje de los nacionalistas, repartoque por si fuera poco está sin cerrar y que, además,lejos de combatir el sistema centralista heredado del Estado franquista lo imitaal crear17 pequeños estaditos que centralizan en sus instituciones el poder político buscando únicamente la acumulación de competencias sin importar si su asunción redunda en beneficio de la ciudadanía o no.Frente a estos excesos España debería afrontar una reestructuración del conjunto de sus administraciones cerrando el proceso e igualando el nivel de competencias de las CCAA, con dos máximas: reducción yeficiencia, de tal forma que la asignación de competencias se realizaraen función del beneficio que puedan recibir los ciudadanos y no lospolíticos.

 

Hemos asistido a una creciente profesionalización de la clase política que en demasiadas ocasionesno ha estado a la altura de sus responsabilidades,ha despilfarrado los recursos públicos y ha protagonizado casos de corrupción. Mientras la bonanza económica daba para todos, el pueblo español no vio o no quiso ver, pero la crisis nos hizo darnos de bruces con la cruda realidad:estábamos rodeados de políticos mediocres, aduladores, buscavidas, trepas, listillos,muchos de ellos sin más oficio que la política.Me dirán que no todos son así que hay mucha gente honrada y competente en la política y tienen razón pero han sido demasiados los que se han comportado de forma poco honesta. Frente a estos políticos profesionales los ciudadanos nos debemos defender, no es suficiente con la actual Ley de Transparencia y Buen Gobierno y no es suficiente con los diferentes controles que se hacen hoy en día.

 

Si bien es cierto que la economía española en estos cuarenta años se ha modernizado y ha mejorado el nivel de vida de los ciudadanos, también lo es que nos encontramos con algunos aspectos negativos.Son muchos, pero me centraré en dos. En primer lugar, el sistema genera unaeconomía sumergidaque estaría alrededor del 20% del total.En segundo lugar,las consecuencias sociales que la crisis actual ha generado son dramáticas: paro (4.850.000 según EPA en el tercer trimestre de 2015, muchos ya sin prestación), desahucios (119.442 ejecuciones hipotecarias en 2014, de las que un 77’6% eran sobre vivienda habitual, según el INE), embargos, impagos,… en definitiva pobreza (el 20’4% de los residentes en España en 2013 estaban por debajo del umbral de riesgo de pobreza, según el INE). Esta dramática situación social se ha llevado por delante la ilusión y la misma vida de demasiadas familias. Si a esto último se suma el derroche y la mala gestión de los recursos públicos realizado por muchos gobernantes se puede comprender el inmenso enfado de tanta buena gente. ¡Cuántos recursos malgastados, obras mal realizadas, mal gestionadas, innecesarias o simplemente “exóticas”!Frente a esta situación es importantísimo recobrar el sentido común en la gestión de los recursos públicos, atender a las víctimas de la crisis y gobernar de verdad para recuperar el pulso económico.

 

La izquierda política no ha realizado una asunción crítica de su pasado y en ocasiones tampoco de su presente, reduciendo la historia española a una sempiterna lucha entre buenos y malos en la que la izquierda siempre representa a los buenos y los que no están con ellos son los malos. A este discurso falso y simplón se han sumado los nacionalistas que entienden la eternidad de la historia como una lucha entre su nación (los buenos) y España que sería la concreción de la conjunción galáctica de la totalidad de los males del Universo. Esta posición les ha proporcionado un cómodo escudo ante sus gestiones políticas incluidos los supuestos casos de corrupción que hubieran podido protagonizar.Y mientras la derecha política, más crítica con su pasado, realizaba su propia penitencia con la larga travesía del desierto de los años ochenta. Se adaptó, supo cambiar la imagen, incluso cambió de nombre y encontró en el sistema autonómico (tan criticado por la antigua AP) la solución a todos sus males y el ámbito idóneo para sus presuntas corruptelas. Sólo con la irrupción de UPyD en el panorama político español comenzó la crítica serena y razonada a todos estos excesos, posiciónque comienzan a imitar otros partidos.

 

Por último me gustaría comentar brevemente la actitud de los medios de comunicación. Podría y debería mejorar, no siempre han estado a la altura. Más allá de presentar una línea editorial, algo legítimo, algunos practican la parcialidad informativa.

 

Frente a estas “disfunciones” del sistema nos podríamos preguntar, ¿hay esperanza?

 

Mi respuesta es que “hay que ser responsables”. Nuestros dirigentes políticos deberían de comenzar a pensar más en la nación y menos en ellos y sus partidos,necesitamos auténticos políticos de altura.Y nosotros los ciudadanos, los votantes, deberíamos recordar que también somos responsables de lo que sucede porque en las democracias, y España lo es, los gobiernos no los colocan los “marcianos” los elegimos el pueblo soberano.

 

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