La deslocalización es un fenómeno cada vez más presente en la economía global. Esta práctica, por la cual determinadas entidades —normalmente corporaciones multinacionales— trasladan sus centros de trabajo o departamentos específicos de los mismos a terceros países (comúnmente países emergentes que presentan menores costes y menos trabas legislativas y burocráticas que sus países de origen), tiene como principales objetivos la mejora de la capacidad competitiva de la empresa y el aumento del margen de beneficios.

Pero, ¿por qué ha ganado protagonismo esta práctica en las últimas décadas? ¿Qué factores han provocado que se generalice la deslocalización? Lo cierto es que este fenómeno está muy ligado a otro muy común y cada vez más difícil de ignorar: la globalización. Cuestiones como el avance de la integración económica internacional, la reducción de las barreras comerciales, o la liberalización de mercados, unido al espectacular desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones, crean un caldo de cultivo ideal para la proliferación de estas estrategias comerciales.

Desde la perspectiva económica tradicional –aquella que se centra únicamente en la relación de coste-beneficio— este traslado de centros y divisiones estratégicas de su organización a terceros países tiene (independientemente de que se haga de forma ética o no) mucho sentido, ya que la reducción de costes que generan esos movimientos suele ser inequívoca. En las regiones de destinode estas operaciones el valor del suelo suele ser comparativamente mucho menor, los salarios son inferiores a los de su país de origen, suele haber legislaciones sociales, laborales y medioambientales más laxas y menos derechos para los trabajadores, y además muchas empresas reciben rebajas impositivas y tratos de favor por parte de las autoridades locales para incentivar los traslados. Todo ello reduce considerablemente los gastos y permite colocar los servicios en el mercado a precios mucho menores, lo que aumenta su cuota en el mismo e incrementa los beneficios.

Sin embargo, estas prácticas no están exentas de polémica, y plantean problemáticas que, a medida que la demanda va poco a poco girando hacia un consumo más responsable y consciente, y la responsabilidad social corporativa y el cuidado medioambiental se van convirtiendo en cuestiones más exigibles, tienen cada vez más importancia. La contaminación y la destrucción del entorno natural a la que contribuyen muchas de estas empresas situándose en destinos donde la debilidad de la legislación y las instituciones políticas impiden un tratamiento adecuado en materia de sostenibilidad, unido a la creación de empleo de baja calidad, que alimenta los círculos viciosos de pobreza en países de menor desarrollo y perpetua las desigualdades sociales, y unido también a la reducción de la calidad del servicio final o de los servicios intermedios, al confiarse éstos a personal poco cualificado y escaso, que trabaja en condiciones laborales poco dignas, hacen que la deslocalización de servicios esté considerada, en multitud de ocasiones, como una práctica poco ética e, incluso, fraudulenta o delictiva. Si a esto le añadimos el efecto multiplicador en la competencia, que para poder competir en el mercado debe adoptar prácticas similares; o los efectos negativos asociados a la reducción de empleo en el país de origen, generados sobre todo por la sustitución de mano de obra barata y poco cualificada, el enfoque contrario a este tipo de traslados gana fuerza. Pero, no podemos olvidar que los países emergentes,a día de hoy, son capaces de asumir, no solo los servicios más sencillos y básicos, sino también aquellos con mayores necesidades de capital humano y tecnología.

Multitud de servicios de gran valor añadido pueden realizarse de forma remota simplemente estableciendo una conexión mediante servidores VPN entre las distintas oficinas de la empresa, permitiendo así fijar población en los lugares de origen con empleos de alta cualificación, sustituyendo así los movimientos de mano de obra cualificada del pasado y generando un efecto multiplicador derivado de la capacitación.

Esto es un ejemplo de cómo empresas responsables que generan un impacto positivo en el entorno laboral del país de origen y no tienen efectos negativos sobre el entorno natural de destino. Los que son capaces de hacerlo respetando unas condiciones de trabajo dignas y unos estándares medioambientales coherentes, tienen la posibilidad de producir un empleo de calidad en esas regiones, además de reducir la desocupación y estimular el consumo de productos éticos y responsables. Y de hacerlo sin explotar el entorno y destruir la biodiversidad. Pueden ayudar, con ello, a mejorar el nivel salarial de estos destinos y contribuir a mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Además, todo ello puede suponer un aumento de la demanda entre los consumidores concienciados con prácticas empresariales honestas y responsables en el país de origen y en el resto del mundo, al estar ofreciendo un producto/servicio de calidad y justo. Esto podría provocar además un efecto llamada que llevaría a otras empresas a adoptar comportamientos similares.

En un mundo en el que ya no solo importa el coste y el beneficio, si no la responsabilidad social y medioambiental, la deslocalización solo tiene cabida si se hacen desde el respeto, el cuidado y la conciencia social y natural. Puede que la transición a este estado lleve algún tiempo, pero el peso de su inercia la hará inevitable.