El franquismo pertinaz
Article d'opinió de Diego L. Fernández, IES Andreu Sempere d’Alcoi
Ni siquiera la sequía fue tan terca. Mil años tardó en morirse, cantaba aquel. Y su memoria, su omnipresente presencia, sigue impregnando obstinadamente nuestra realidad. No es que ahora el neofascismo esté de moda, es que ni siquiera es neo. Siempre estuvo ahí. Agazapado en ocasiones. A la sombra, quizás, con su disfraz parlamentario (otro cantautor).
Y no, no es cierto que los jóvenes de ahora no conozcan nuestra historia reciente. Somos nosotros, los niños de la Transición a quienes ocultaron el pasado. En los ochenta y en los noventa no cantábamos el Cara al sol, pero pasamos de la mentira a la ocultación. De la Guerra y de la dictadura fascista, sencillamente, no se hablaba en clase.
En la pública no daba tiempo, pero pasábamos meses (y años) hablando de reconquistas y descubrimientos. Porque al franquismo no llegamos, pero nos hicieron zampar toda su propaganda historicista, racista y misógina. En la católica, sin embargo, debían andar más ligeros, porque la persecución religiosa quedó indeleble en los tiernos cerebros de los preadolescentes uniformados.
Ahora que termina el curso, y mis alumnos afrontan esa tortura nuestra de cada año, que llamábamos selectividad, volvemos a toparnos con el espantajo. Este año tocaba la legalidad franquista. ¡Estupendo! El futuro de miles de estudiantes a expensas de democracias orgánicas, procuradores en cortes, referéndums, fueros y sucesiones. De fusilados, rapadas, cárceles, trabajos forzados, niños robados, patronatos, muertos de hambre, fosas y antifranquistas no preguntan. Porque tras las estrategias de la falsificación y la ocultación, ahora es el turno de la equidistancia.
La lectura sesgada heredada es atroz. Asistí recientemente a la conferencia de un, al parecer, afamado profesor universitario con motivo del cincuentenario de la feliz noticia. Responsable del programa de didáctica y amigo de Paul –dijo–, por Preston –supongo. En prosa esto significa que se encarga de la formación de las maestras. El nombre lo revelaré otro día que esté más dicharachero. ¡Agarraos!
Del personaje a glosar explicó que era muy inteligente, y para demostrarlo repasó sus gestas militares africanas, el aquelarre en Hendaya del nazismo al cuadrado y los acuerdos con el Imperio. Después sintetizó el paso del primer al segundo franquismo y su tránsito económico e ideológico del infierno a los altares. Para terminar, lamentando la deriva ultraderechista de los jóvenes. ¡Ay, los jóvenes! Olvidó hablar, eso sí, del alquimista hindú que tenía a sueldo, del cadáver troceado de Santa Teresa con que pernoctaba y de su culo blanco.
Si estos son los doctores, ¿cómo serán los maestros? El problema, y siguen sin entenderlo, es el marco interpretativo que compraron al régimen desde la escuela. Ni evolución ideológica ni milagro económico. El franquismo fue un régimen criminal y genocida de principio a fin. Sin mutación ni pluralidad. Y los cambios, fundamentalmente socioeconómicos, fueron forzados por el miedo a la resistencia obrera y por la presión del exterior.
Y es que seguimos aplicando esquemas historiográficos decimonónicos. El currículum de secundaria pasa del paletón de Fernándo VII y aquel primer director de cine porno, llamado Alfonso XIII, a Franco y Juan Carlos, sin atender a las estructuras sociales. Y al alumnado no le queda otra que memorizar chorradas inservibles, como antaño hacían sus abuelos con los reyes godos.
Es imprescindible, y me permitiréis citar a un autor marxista, construir al unísono la nueva historia y el nuevo proyecto social, asentados en la crítica de nuestro presente. Sólo esa mirada limpia que nos proponía Fontana, desde abajo y de los de abajo, nos permitirá avanzar, sobre las cenizas del franquismo y sus herencias.























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