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El espejo que hoy duele mirar

Artículo de opinión de Sara Mejías, militante del PSPV-PSOE Alcoi

Sara Mejías

[Img #70486]Hay momentos en los que un partido deja de hablarle al país para hablarse a sí mismo. Momentos incómodos, evitados durante mucho tiempo, que regresan cuando menos conviene, pero que dicen más de nuestra cultura política que cualquier rueda de prensa. El caso de Salazar no es solo un hecho aislado ni una anécdota más en el ruido informativo. Es, sobre todo, un espejo. Y a veces, mirarse duele.

Pero esta vez no es solo el dolor político. Es algo más profundo: duele como militante, duele como socialista y duele como feminista. Duele ver que un comportamiento indigno se haya producido dentro de nuestras propias filas. Avergüenza, porque quienes creemos en este proyecto lo hacemos desde una convicción ética y moral que no puede permitirse grietas como estas. Y cuando fallan los nuestros, la herida es doble.

Tengo la convicción (socialista, militante y profundamente feminista) de que los partidos no se sostienen por las gestas heroicas, sino por la ética con la que gestionan sus sombras. Y hoy, una vez más, la nuestra vuelve a quedar expuesta. No por lo que ha ocurrido, sino por cómo hemos reaccionado.

Porque lo verdaderamente preocupante no es un nombre propio, sino la sensación de que seguimos sin haber aprendido lo suficiente. Que aún hay inercias, silencios, gestos o tiempos mal medidos que nos alejan de aquello que decimos defender: la igualdad, la ejemplaridad y la convicción de que la política es un servicio público, no un refugio para la impunidad.

No escribo estas líneas desde el reproche fácil ni desde la trinchera interna —demasiado conocidas, demasiado estériles—. No me interesan los ajustes de cuentas que solo desgastan al conjunto. Pero sí me interesa, y me importa profundamente, que quien ha cometido un acto inadmisible responda por ello. Porque exigir responsabilidades no es abrir guerras internas: es cuidar el proyecto. Me interesa lo estructural, lo que este episodio revela sobre nosotros. Y lo que aún estamos a tiempo —si queremos— de corregir.

Porque el problema no es quién dirige hoy ni quién dirigió ayer: el problema es qué partido queremos ser mañana.

Un partido que actúe sin titubeos cuando está en juego la dignidad. Un partido que respalde a las mujeres sin cálculos ni excusas. Un partido que entienda que proteger a las víctimas no es un coste político, sino una obligación democrática. Un partido que no necesite que nadie lo empuje para hacer lo que debe hacer.

Lo digo con el orgullo (hoy herido, pero intacto), de quien ha defendido este proyecto cuando soplaba el viento a favor y cuando soplaba en contra: ser socialista significa estar siempre del lado correcto, incluso cuando incomoda a los propios.

Si algo debe dejarnos el caso Salazar es una lección de madurez política. No para flagelarnos. No para alimentar guerras internas. Sino para asumir que la confianza de la ciudadanía y de nuestra militancia se preserva con hechos, con coherencia y con un compromiso ético insobornable.

El socialismo nació para cambiar la vida de la gente, no para blindar comportamientos que no toleraríamos fuera. Y si queremos seguir siendo útiles, debemos ser ejemplares. Sin matices. Sin demoras. Sin miedo.

Tal vez este episodio nos obligue a parar, respirar hondo y volver a mirar al espejo. Esta vez sin apartar la mirada. Porque un partido que se atreve a hacerlo, que se reconoce, que corrige y que vuelve a levantarse… ese partido tiene futuro.

Y el nuestro lo tiene. Porque nada es más poderoso que un partido que se levanta con más verdad que antes.

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