Bartolomé Sanz Albiñana, Doctor en Filología Inglesa.

Con esto de los recortes nuestra Conselleria de Educació
et al. ha restringido la plantilla docente en no sé exactamente cuantos profesores, lo que significa que los que quedan van a tener que trabajar más (tener más horas). Eso sí, los clientes (el alumnado) continúan siendo los mismos, y tal vez la ratio haya aumentado, digo esto muy escépticamente, puesto que la inspección educativa habrá llegado a la conclusión de que por más veces que se cuenten y se midan las aulas, en el supuesto de que lo hayan hecho, el espacio continúa siendo el mismo, por mucho que se empeñe la superioridad. Esta política es exactamente la misma que la llevada a cabo por los supermercados, concesionarios de coches, gasolineras y cualquier empresa donde trabajen ustedes o sus deudos. Esto recibe el nombre de explotación, y seguramente nuestra Constitución, como en otros asuntos, no haga referencia a esta situación abusiva. El Síndic de Greuges debiera controlar las arbitrariedades administrativas y la flexibilidad legislativa de nuestros gobernantes, que siempre perjudican al administrado.
Quien crea una empresa, lo sabemos, no lo hace como una obra de caridad, sino para obtener beneficios y si las cosas no van viento en popa el empresario toma medidas drásticas que afectan a sus empleados. En el caso de la educación, entendida no como una empresa sino como un servicio público, los recortes salvajes que afectan a la atención de alumnos que lo necesitan, redundarán en un aumento considerable de bolonios y catetos, que irán a engrosar desencantados, sin formación, las colas del paro, con el peligro consiguiente de convertirse fácilmente en carne de cañón.
Mientras tanto, por favor, no se indignen ni rebelen como esos vejetes que alentaron el movimiento 15-M el año pasado y sigan votando libremente una vez a unos y otra a otros, que en eso consiste la democracia. Sería maravilloso que en medio de tantas votaciones diéramos finalmente con el partido que acabara con el paro, ¿no? El paro y, ya puestos, otros problemas, claro.
En la coyuntura presente la receta para el funcionario docente consiste en trabajar más en peores condiciones y ganar menos, además de cargar con la cruz del fracaso escolar galopante; y con esa fórmula creer, como si de un dogma de fe se tratara, que se va a crear empleo. Que algún responsable de Educación explique claramente esta estrategia a los trabajadores eventuales de ese sector que se van a quedar sin trabajo con el curso que empieza. Se lo agradecerán.
De poco va a servir que nuestros consellers viajen en el futuro en low cost y con un solo acompañante (bueno, siempre estará bien que los ciudadanos puedan comentar a sus conocidos y familiares: “Ayer volé con el conseller fulano de tal en Easyjet y comió lo mismo que yo, un bocata de jamón y una cerveza Stella Artois”), si no sabemos exactamente cuantos coches oficiales han dejado de funcionar a raíz de los recortes o el número de teléfonos móviles que ha quedado inoperativo (esto último lo decimos porque también nos preocupa la salud mental de nuestros gobernantes, que a menudo nos recuerdan el poema de Quevedo: “Érase un hombre a un teléfono móvil pegado, etc.”) , o si los ayuntamientos (con el plácet de sus representantes) continúan gastando dinero público en las folcloradas que se incluyen en los programas de fiestas patronales, a no ser que entre los objetivos prioritarios de los municipios se contemple el entretenimiento solazador de parados y jubilados.
Los ciudadanos necesitamos que los gobiernos pongan en práctica formas humanas de combatir la crisis económica, y no las salvajes que hemos conocido en lo que llevamos de 2012, simplemente por a satisfacer a Angela Merkel, cuyo subconsciente continúa maltratándonos por nuestro comportamiento irresponsable durante tantos años de burbuja inmobiliaria. Sí, necesitamos instrucciones claras y precisas sobre los mecanismos que hemos de poner en práctica para animar un poco nuestro consumo particular, de modo que se refleje finalmente en los datos que manejan los economistas, y hasta los ciegos vean que caminamos hacia la recesión y no tengamos que llegar al fatídico “morir es la mejor forma de trampear la crisis”, como dice uno de los personajes en
El enredo de la bolsa y la vida, última novela de Eduardo Mendoza.
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