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Porque “Rosa” somos todos. Ellos son “espinas”

Redacción - Dilluns, 25 de novembre del 2013
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Artículo de opinión de Jordi Sedano, concejal no adscrito. La noticia irrumpe en las portadas e inunda a todos de estupor, indignación, rabia e incredulidad: -La etarra Inés del Río, condenada a más de 3.800 años de cárcel por 24 asesinatos, así como otros etarras, han quedado en libertad, muchos de ellos sin el menor atisbo de arrepentimiento. Así mismo, peligrosos violadores con sentencias de 4 dígitos están hoy ya en la calle. La “Doctrina Parot” ha sido tumbada por el Tribunal de Estrasburgo-. ¿Dónde está la jodida Estrasburgo?. ¿Han asesinado o violado alguna vez al hijo/a de algún juez de Estrasburgo? ¿Se trata acaso esto de un malvado pacto político secreto para dar salida a los etarras, como insinúan algunos periodistas?. ¿Quién defiende a nuestros muertos y sus familias?. ¿Quién, de Estrasburgo o de Madrid, ¡qué más da¡, se responsabilizará si uno de los que ha salido de la cárcel asesina o viola a alguien?. ¿Para qué ha servido el sacrificio de tantas víctimas?. ¿Nos merecemos esta humillación?. ¿Por qué esta injusticia de la Justicia…? Ayer fue un día muy triste para Rosa, pero hoy también es una madrugada para olvidar. Rosa está desconcertada. Son tan sólo las cinco de la madrugada y Rosa es quien se hace estas preguntas a sí misma y no encuentra respuesta. Rosa está sola, no habla con casi nadie, no quiere. Se ha recogido en su dolor; sus amigas lo intentan, pero Rosa hace años que dejó de ser la amiga, madre y esposa alegre y extrovertida que fue. A Rosa le asesinaron a su hijo. Dos tiros en la nuca y punto, una operación “rápida y limpia”, según el manual terrorista. El hijo de Rosa iba de verde, era su vocación... La cabeza de Rosa es un hervidero. Todavía hoy, después de más de 20 años, se niega a admitir que aquel joven lleno de vida cuyas fotos, más que inundar, ahogan las paredes de su casa, nunca volverá. Nunca. Rosa despierta muy temprano y, como todos los días, al levantarse cree que ha tenido un mal sueño y que su hijo está vivo. La misma pesadilla se repite todos los días al asumir su trágica y cruel realidad, como en el peor sueño posible. Dicen que el sufrimiento más cruel y antinatural es perder y enterrar a un hijo. Pero Rosa no perdió a su hijo: no se lo llevó una dura e inevitable enfermedad, o un cruel accidente, no. Al “niño de su alma” lo asesinaron a sangre fría y sin motivo. Esta noche ha vuelto a tener pesadillas, como de costumbre. Ha soñado que el asesino de su hijo salía de la cárcel en libertad. Pero al despertar, horrorizada, ha comprobado que ese fatal sueño se ha hecho hoy realidad. Su rostro, otrora afable, es hoy pura rigidez y acartonamiento, fruto de tantos años de rabia contenida. Rosa ha despertado a la realidad y comprueba, desolada, que ésta es más dura que el mismísimo mal sueño. Junto a su cama, en el suelo, está la prensa del día anterior con un gran titular en tinta roja – “Varios etarras y violadores quedan hoy en libertad”. Rosa reconoció el día anterior, en la foto, a pie de página, al asesino de su hijo. Observó con escalofrió como la familia del terrorista le esperaba a las puertas de la cárcel entre abrazos, lágrimas de júbilo, vítores y aclamaciones y Rosa no podía entender. No puede, hoy tampoco, entender nada y por eso aprieta los dientes con rabia. Rosa no sabe odiar, nunca supo, su educación, sus principios y su fe no se lo permitieron jamás. Pero tampoco puede olvidar. Ni perdonar… ¡Dios mío!, exclama casi sin aliento, ¡Qué ironía!, a quien asesinó a mi chaval lo colman de abrazos y yo jamás podré volver a abrazar a mi hijo. Son las 5,15 de la mañana y Rosa no sabe si abandonar la cama o abandonarse en la cama. Pero se levanta y camina sonámbula hacia la cocina para preparar una taza de café muy cargado, ¡cómo sí no¡. Enciende el fuego, pone la vieja magefesa en él, saca una taza del armario y coge la cucharilla de café. Se ha olvidado del azúcar … su vista como imantada, queda atrapada en el blanco amarillento del techo de la cocina... Rosa respira hondo, muy hondo… pero no consigue relajarse y sus ojos, poco a poco se van inundando de ira, pura ira, infernal ira envuelta en deseos inconfesables de quien clama, no ya justicia, sino venganza, venganza furibunda. Tras unos segundos, inconfesables…, la ira va dando relevo, muy lentamente, a un torrente de lágrimas, un mar de lágrimas que se disuelven con el, más que intenso, duro aroma de un café excesivamente cargado. Rosa sigue llorando, amarga, silenciosa, dolorosamente, sin consuelo. Suplica una y otra vez en voz baja. ¡Dios mío¡ perdona mi ira, ayúdame a perdonar. ¡Dios mío! ayúdame a comprender esta sinrazón y ayúdame a soportar la maldita injusticia de la justicia y, aunque como madre no lo pueda entender jamás, ayúdame, Dios mío, a perdonar al asesino de mi hijo, incluso, aunque no se arrepienta. “Rosa” somos todos, pero las “espinas” sí existen, son reales, con nombre y apellidos, y la injusticia de la Justicia ha liberado las espinas y nos ha humillado a todos. Como diría Rosa: “Señor, Perdónales porque no saben lo que hacen”.
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