Artículo de opinión de Bartolomé Sanz, doctor en filología inglesa.
Cada vez que oigo PISA me recuerdo a mí mismo que nada tiene que ver con la ciudad italiana, famosa por su torre inclinada. Así que he de acudir a Google para recordar que son las iniciales del Programme for International Student Assessment, es decir, un examen que pretende evaluar en la práctica lo que los alumnos de todo el mundo saben en teoría, lo que ahora recibe el nombre de competencias. En resumen, un examen que evalúa las competencias de los alumnos de unos 15 años o lo que es lo mismo, los que se encuentran cursando 2° o 3° de ESO. Y resulta que aún no hemos digerido bien los resultados de la evaluación de hace dos años, cuando aparece la guadaña de la nueva.
Hace unos meses escribía yo un artículo titulado “Que vienen los chinos, otra vez” y me hacía eco del esfuerzo que está haciendo ese país para hacerse visible en el mundo de la educación. Y ahí se encuentran esta vez copando los primeros puestos de este examen. Y parece que mientras nosotros vamos capeando el temporal educativo, raspando un simple “Mejora lentamente” (ML), a pesar del carbón que desde hace más de diez años le vamos echando a la locomotora educativa, sin lograr la velocidad que otros países alcanzan, los chinos alcanzan los primeros puestos.
Para superar la mediocre calificación de ML probablemente nos falte: 1) Una adecuada motivación docente, con incentivos que dependan de una carrera seria que estimule la adormecida promoción docente: en estos momentos no está, ni parece que se la espere. Eso supone abrir las aulas de par en par a toda la comunidad (padres, madres, compañeros, inspección educativa, directivos, etc.) para que se opine si realmente entre las cuatro paredes sucede, día a día, el milagro del acto docente por el que los alumnos aprenden (esto se averigua fácilmente mirando la cara de los discentes). El colectivo docente necesita recuperar la consideración y el prestigio social que se merece, y eso se lo tiene que ganar a pulso, ya que la sociedad no se lo va a regalar. 2) El acicate de la evaluaciones externas –las reválidas de la nueva ley educativa– deberían servir de estímulo a los centros para cambiar estrategias y hábitos, y curar una enfermedad de difícil curación: el poco amor al trabajo en equipo. Para solucionar esta dolencia seguramente se tendría que cambiar algún componente de nuestro ADN. Sin trabajo colaborativo no habrá cambio real. Y esa filosofía tendría que nacer de los defenestrados CEFIREs, responsables de la promoción de la innovacion pedagógica y de la excelencia, ya que los centros educativos necesitan desprenderse de la maraña burocrática en la que están enredados y mirar otros horizontes para ejercitar la imaginación. 3) Una reflexión profunda sobre la incidencia y consecuencias de los recortes en el panorama educativo actual.
Ante esta situación, es de suponer que los adalides de la reforma educativa querrán poner en marcha cuanto antes la nueva ley, que como todas las cosas nuevas al principio producen rechazo y miedo, pero después, lentamente, se asimilan en silencio. ¿O acaso se ha olvidado, por ejemplo, el rechazo que produjo en su momento la LOGSE por parte de los Institutos de BUP? Aquí aún no ha alzado el vuelo el nuevo pájaro educativo y ya estamos todos escopeta en mano para ver cómo lo derribamos.
¿Y dónde está la Comunidad Valenciana en la foto de PISA? Pues no aparecemos en esa foto. Recordemos que hubo un conseller de Educación de infausta memoria que un día decidió que no íbamos a participar en estas olimpiadas y creó unos juegos autóctonos que, según mis notas, tuvieron lugar a finales de 2006, 2009 y 2012. Los resultados se conocían tres años después de haberse realizado las pruebas. Las materias objeto de evaluación han sido generalmente las siguientes: matemáticas, ciencias naturales, valencià, castellano, ciencias sociales e inglés. No me pregunten el motivo de tal decisión pero me inclino a pensar que sería para que no se nos viera demasiado el plumero, para ir ahorrando antes de que aparecieran los recortes o destinarlo a pruebas más vistosas ante el mundo como la Fórmula 1.
Y como cuando las cosas no funcionan bien (me refiero a los resultados de PISA 2012) hay que echar la culpa a alguien, pues recriminaremos a los inmigrantes y repetidores, que siempre estropean la foto. Pero, por favor, no nos quedemos instalados en este lamento porque los males son más profundos.
PISA no entiende de didáctica ni de metodología, simplemente tiene como misión medir en términos olímpicos los resultados de unas pruebas internacionales en las que unos países se miran a otros, y los del farorillo rojo aspiran a emular las hazañas que jamás lograrán. Y hablando de logros, en este país hemos conseguido el café para todos en el tema de la igualdad de oportunidades para el aprendizaje, pero no olvidemos que el pastel de la excelencia educativa es manjar para unos pocos privilegiados. Para superar la mediocridad y alcanzar un puesto excelente hay que ponerse todos manos a la obra. Aquí y ahora, por desgracia, aún estamos lejos de alcanzar ese consenso.
Finalmente creo haber averiguado por qué nuestros alumnos, comparados con los chinos, no destacan en esta pruebas internacionales. He indagado que los alumnos chinos, imbuidos aún de la filosofía confucianista que preconiza el esfuerzo y la autoexigencia, así como el amor a la justicia, la paz y la familia, hacen de estas virtudes el centro de sus vidas. Los españoles, en cambio, producto de una sociedad cada vez más laicista, han olvidado su herencia cristiana y el sermón de Jesús en la Montaña, no conocen más biblia que sus smartphones y les suena a chino, nunca mejor dicho, eso de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. No en balde los obispos españoles andan profundamente preocupados por el futuro de este país.

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