Artículo de opinión de Bartolomé Sanz Albiñana, doctor en filología inglesa.
Parece que se trate una sopa de letras, pero no lo es. La transposición de consonantes en el título de este artículo reviste más gravedad de la que parece. Por cierto, si alguien creía que no existía la lengua valenciana, sino el valenciano —catalán, al fin y al cabo—, entonces, lamento decir, se ha quedado anticuado. Incluido un servidor. ¡Con lo que nos costó interiorizar que no existía la lengua valenciana, sino el valenciano! Sobre todo a los de mi generación, que en casa y en la calle hablábamos un idioma, y en la escuela y en la Iglesia, otro. ¡Ahora resulta que también existe la lengua valenciana! Imagino que lo se pretende con esto es rebajar el nivel de crispación que supone defender en voz alta que el valenciano es una variante dialectal del catalán. Supongo que los académicos de la lengua —valenciana, a partir de ahora—, se pasan más tiempo estudiando cómo decir las cosas para no herir susceptibilidades de los valencianos que a las funciones que tienen encomendadas en sus estatutos, eso sí, siempre bajo la atenta mirada de los políticos. No resulta extraño, por tanto, que después de trece años de funcionamiento hayan decidido que da igual decir “ganivet” que “ganivet”. Así, todos contentos si todos se entienden y mi sillón no peligra hasta que venga el sorteo que me eche.
Hechas esta consideraciones preliminares y a juzgar por las noticias en torno a la intención de la aún AVL de publicar su Diccionari Normatiu Valencià, quien crea que la conocida como Batalla de Valencia era una cosa trasnochada y olvidada de la Transición, está realmente equivocado. En esta tierra que va desde el río Cenia hasta Pilar de la Horadada tendremos conflicto lingüístico e identitario in saecula saeculorum. Y si los mayores lo han olvidado y los más jóvenes lo desconocen, pues tendremos que recurrir a la estrategia de aquel arzobispo valenciano que sostenía que lo fundamental hay que estar repitiéndolo día tras día. Así pues, hagamos un poco de memoria. Tras la muerte de Franco, las lenguas autóctonas, que habían vivido un largo letargo, de repente eclosionaron y, en el caso concreto de nuestro territorio — denominado más tarde Comunidad Valenciana con la aprobación del Estatuto de Autonomía de 1982—, empezaron a enfrentar a los partidos políticos y a los ciudadanos: blaveros y secesionistas contra catalanistas, la Senyera con o sin franja azul, País Valencià o Reino de Valencia, etc.
Y, en el caso de la lengua, prácticamente ahí estamos, sin avances significativos y sin llegar a un consenso en definir de una vez por todas lo que hablamos, es decir, bautizar la lengua que nuestras madres nos enseñaron. Mientras tanto, a los políticos, de tanto en tanto, les sale a flor de piel una vena lingüística adormecida y, presos de ese ramalazo circunstancial, empiezan a hablar ex catedra, ante el asombro de los filólogos de profesión, sobre el origen de la lengua de los valencianos. Ciertamente nuestra sociedad no está tan cerril como aquellos años en que Joan Fuster y Manuel Sanchis Guarner estaban en el centro de la diana casi a diario, simplemente por intentar decirnos quiénes éramos y clarificar nuestras señas de identidad. Digámoslo claramente: nuestra lengua autóctona en manos de los políticos es una arma muy peligrosa. Y los políticos —sobre todo los de un color— tácitamente han acordado que esa arma peligrosa hay que transmitirla de generación en generación como si de antorcha se tratara y, al hacer el relevo, susurrar al oido del que la toma: “Nuestra lengua es diferente de la que hablan nuestros vecinos septentrionales y nosotros estamos por encima de los académicos de la lengua”.
Aquel complicado año 1978, mientras las vidas de Sanchis Guarner y Joan Fuster peligraban contínuamente, la Junta de la Facultad de Filología de la Universidad de Valencia aprobó por unaninidad “El informe sobre la llengua del País Valencià”, que por encargo suyo había elaborado una comisión en la que participaban entre otros los profesores Joan Oleza, Manuel Sanchis Guarner, Salvador Hervás, Ángel López, Manuel Ángel Conejero, Joaquín Espinosa, Jordi Pérez Durá, Antonio Melero, etc., con el visto bueno del decano y único catedrático de la Facultad de Filología en aquellos momentos (creo recordar), Ángel Raimundo Fernández y González. Pues bien, abro ese informe de 36 páginas y en la sexta y última de sus conclusiones dice: “Totes les llengües tenen una diversitat dialectal més o meny intensa, i els valencians senten una forta adhesió a la seua modalitat regional. La normativa gramatical pot ben bé ser elàstica i policèntrica, però cal que siga convergent. Una segregació idiomàtica no beneficiaria ningú i sobretot perjudicaria els més dèbils.” Ese documento se puso en manos del Consell preautonómico del País Valencià y es de suponer que se tendría en cuenta, años màs tarde, a la hora de aprobar la Llei d´ús i ensenyament del valencià.
Después ha habido más dictámenes, muchos años de escolarización en valenciano, pero lamentablemente el problema sigue latente y sin visos de solución a coto plazo.

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