Hoy me gustaría compartir con vosotros algo que últimamente me preocupa muchísimo y que está llegando a mis consulta cada semana con más intensidad. Quisiera poneros un poco al día de una lacra que llevamos arrastrando dese muy lejos pero que parece que vuelve a tomar intensidad en estos últimos años. Años donde la educación ha sufrido unos cambios drásticos y no siempre acertados.
Me estoy refiriendo a la violencia que ejercen los hijos sobre los padres, a esos malos tratos tanto psicológicos como físicos que usan algunos jóvenes (y no tas jóvenes) atendiendo solamente a su propio ego. Una conducta que suele estar arraigada en esa educación dada inconscientemente por los padres, y sobre todo en las madres, y en cuya base se haya la premisa de que a sus hijos no les debe de faltar nada. No les debe faltar ni siquiera ese perdón perpetuo y tóxico, ese “tapar todo por amor” que llega incluso a perdonar la violencia más extrema.
Inmediatamente después de que unos padres me cuenten que sus hijos los maltratan y utilizan la violencia para lograr lo que quieren, sobreviene esa frase de castigo y vergüenza; “por favor, esto que te contamos que no lo sepa nadie”. Una recordatoria en la que dejan grabado su miedo por el qué dirán de mi hijo, por el que va ser de él entonces. Todo por un hijo. Un sacrificio hasta llegar a lo carnal y lo físico para evitar su sufrimiento, su estigmatización. Es una situación totalmente dramática para mí, durísima.
El afán de una madre y un padre para salvaguardar la integridad de su hijo y la del buen nombre de la familia aun a costa de su integridad física y su dignidad. Aunque sea tan solo de puertas afuera. Y yo me pregunto, ¿Qué tipo de sociedad estamos creando en la que las apariencias siempre son mucho más importantes que lo que de verdad sentimos y padecemos?, ¿Por qué aceptar este tipo de maltrato?, ¿Por qué esta autocrucifixión?, ¿Por qué este ser mártir de tu propio hijo convertido en tirano? No hay amor que justifique un golpe.
Estos padres acaban aislándose frente a lo que quieren aparentar. Se aíslan de la sociedad, no tienen relaciones con el fin de dar las menores explicaciones posibles sobre lo que pasa en casa y, obviamente, se aíslan porque frente a una situación así la alegría de vivir se pierde poco a poco. Este aislamiento social refuerza el círculo vicioso que suponen los malos tratos de cualquier tipo. Incluso en muchas ocasiones, este aislamiento se suma a determinados sentimientos de culpa originados en el pasado o por manipulaciones del “niño tirano” origina tal bajada de autoestima que los padres pueden llegar a pensar que en realidad se merecen lo que les está pasando.
Desde este punto de vista parece lógico que la solución al problema no está dentro de casa y del infierno artificial creado, sino que es en la sociedad donde está la salida. Romper esa cárcel del “qué dirán”, corregir esa educación tan toxica que hemos heredado de nuestros padres en la que lo primero son los hijos y luego si queda algo para nosotros.
Me pregunto si es peor la violencia en sí o el miedo a la estigmatización social, el miedo a que los demás sepan de nuestras dificultes. Cuanto más aprendamos que no estamos solos, cuanto más aprendamos a pedir ayuda, cuanto más a prendamos a compartir, seremos mucho as capaces de encontrar soluciones, tendremos mucha más experiencia a nuestra disposición. Para poder solucionar, para poder aprender a ser mejores personas, con nosotros mismos y por supuesto con los demás.
Con todo esto no quiero decir que publiquemos nuestras vidas en cualquier sitio, si no que cuando tengamos una dificultad, por muy grande que sea, busquemos en la sociedad a aquellas personas que van a poder ayudarnos a salir del agujero negro, y no lo dudemos, las hay. Por eso debemos de romper algunos de nuestros prejuicios y atrevernos a salir del armario emocional. Compartir nuestras dificultades para que nos puedan ayudar, e incluso que nos enseñen a auto-dirigirnos a esa solución que muchas tenemos delante de nuestros ojos y nos negamos a ver. Por ese miedo toxico y dañino al “qué dirán”.
Un artículo de Basilio Alcione.


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